El texto sobre el que hoy te invitamos a reflexionar se encuentra en el libro tercero, capítulo 19, de la Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz.
Se trata de una obra en la que se aborda el tema de cómo un alma puede ir dirigiéndose a la verdadera unión con Dios. Aconseja y enseña tanto a aquellos que se inician en dicho camino así como a los ya experimentados. Se trata de un auténtico clásico de la espiritualidad cristiana que nos invita a ir rompiendo esos apegos temporales que a veces son fuente de tanto dolor humano.
¿Qué nos dice su lectura?
Nos habla San Juan de la Cruz de todo el mal que puede recaer sobre el ser humano si se aleja de Dios. Establece cuatro grados en el daño que produce este distanciamiento si el hombre pone su alma en el gozo de las cosas temporales y no en su Creador.
Alejarse de Dios es perder el sentido que tiene nuestra vida, girar la mirada al mejor referente que nos ayuda a entender el sufrimiento humano (Cristo), rechazar los dones con los que nos asiste el Espíritu Santo y sobre los que se sostiene la vida moral de los cristianos (CCE 1830).
Y una vez que hemos renegado de Él, que caminamos perdidos, que hemos empezado a perder la salud espiritual (y a veces también la física y mental), ¿cuántas veces no viene a nosotros la siguiente pregunta?
Se trata de una obra en la que se aborda el tema de cómo un alma puede ir dirigiéndose a la verdadera unión con Dios. Aconseja y enseña tanto a aquellos que se inician en dicho camino así como a los ya experimentados. Se trata de un auténtico clásico de la espiritualidad cristiana que nos invita a ir rompiendo esos apegos temporales que a veces son fuente de tanto dolor humano.
8. El cuarto grado de este daño privativo (se nota) en lo último de nuestra autoridad, que dice: "Y alejóse de Dios, su salud". A lo cual vienen del tercer grado que acabamos de decir, porque, de no hacer caso de poner su corazón en la ley de Dios por causa de los bienes temporales, viene el alejarse mucho de Dios el alma del avaro, según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios; lo cual es porque ha hecho para sí dios del dinero y bienes temporales, como dice san Pablo (Col. 3,5), diciendo que la avaricia es servidumbre de ídolos. Porque este cuarto grado llega hasta olvidar a Dios y poner el corazón, que normalmente debía poner en Dios, formalmente en el dinero, como si no tuviesen otro Dios."
¿Qué nos dice su lectura?
Nos habla San Juan de la Cruz de todo el mal que puede recaer sobre el ser humano si se aleja de Dios. Establece cuatro grados en el daño que produce este distanciamiento si el hombre pone su alma en el gozo de las cosas temporales y no en su Creador.
Alejarse de Dios es perder el sentido que tiene nuestra vida, girar la mirada al mejor referente que nos ayuda a entender el sufrimiento humano (Cristo), rechazar los dones con los que nos asiste el Espíritu Santo y sobre los que se sostiene la vida moral de los cristianos (CCE 1830).
Y una vez que hemos renegado de Él, que caminamos perdidos, que hemos empezado a perder la salud espiritual (y a veces también la física y mental), ¿cuántas veces no viene a nosotros la siguiente pregunta?
¿Si Dios me ama por qué me deja sufrir?
Todos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez. Parece que cuando todo va bien nos es fácil entender el amor de Dios pero cuando algo se tuerce en nuestra vida no entendemos el amor Divino y nos encerramos en la desdicha de nuestro propio sufrimiento.
Dios es amor exento de connotaciones e intereses humanos, no lo podremos entender mientras nuestra atención no se dirija hacia ese flujo de amor continuo que emana de Dios, pues la felicidad completa está más allá de los intereses que se mueven en este mundo en el que se encienden nuestras pasiones.
El amor de Dios es algo que nos sobrepasa, su entrega por nuestra salvación fue el mayor signo de su desinteresada bondad así que, por muy mal que te vaya la vida, no dejes nunca que invada tus pensamientos esa creencia, arcaica y errada, de que tenemos un Dios castigador. Recuerda que todos tenemos un Padre que no deja de velar por sus hijos, que espera pacientemente que en algún momento nos volvamos a Él, que desea perdonarnos por encima de todas las cosas y darnos la oportunidad de tener una vida nueva y eterna. Y para ello, lo mejor de todo, es que nos deja plena libertad a la hora de elegir qué queremos hacer o a quién queremos adorar.
Fuente: Wikipedia |
Te invitamos a que hagas silencio, leas y reflexiones el Cántico de Moisés (Deuteronomio 32, 1-43) en el que están referidos, en su versículo 15, los cuatro grados mencionados por San Juan de la Cruz. En dicho cántico se anuncia cómo las obras de Dios son perfectas y sus caminos justos, pero sus hijos decidieron pervertirse y buscar otros dioses. Entonces el Señor, ofendido, pensó darles castigo pero al final decidió no destruir a su pueblo y, a cambio, los ofreció una nueva oportunidad. Igual que a cada uno de nosotros hoy. Él es quien da la muerte y la vida, hiere y cura. Por eso debemos cuidarnos de poner nuestro corazón en Dios y ser fieles. Él es el único capaz de sanar nuestras heridas y de darnos la verdadera vida. No te conviertas en un esclavo de las modas que imperan en la sociedad actual, no caigas en las redes del consumismo. Busca a Dios, contémplalo y aspira a esa unión con Él que te hará alcanzar la santidad a la que has sido llamado. ¿Cuál crees que es el primer paso que puedes dar para cumplir ese objetivo? ¡Piénsalo y anímate a darlo!
Y, por último, ¡cuéntanos!
¿Qué te ha inspirado el texto propuesto y nuestras reflexiones? Anímate a compartir tus impresiones con nosotros, aunque puedan ser diferentes, nos haría bien poder conocer lo que esta lectura suscita a otros.
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