Autor anónimo (Dominio Público) via Wikimedia Commons |
Los padres de la Iglesia suelen despertar el interés de los que se animan a acercarse a ellos y con esa esperanza queremos proponerte hoy unas palabras de San Ignacio de Antioquía para meditar. Vivió en una época cercana a la de los apóstoles, fue el tercer obispo de la Iglesia de Antioquía (el segundo sucesor de Pedro en el gobierno) y el primero en llamar Católica a la Iglesia. En su viaje hacia Roma, donde moriría devorado por las fieras, escribió siete cartas en las que trata de Cristo, la constitución de la Iglesia y la vida cristiana. El fragmento elegido corresponde a la carta que dirigió a los Romanos para pedir a los miembros de esa Iglesia que no impidieran su muerte. Es la única que no fue dirigida a una comunidad asiática y que no advierte contra las herejías ni anima a mantener la unidad.
VI. Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo [por amor a nosotros]. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.
¿Qué nos dice su lectura?
Viene a decir algo que también supo ver muy bien Santa Teresa de Jesús: que el hombre únicamente necesita a Dios.
Todo lo que hagamos, y pueda darnos este mundo terreno, no sirve de nada si no tiene a nuestro Creador como fuente y tiende a Él como fin. En la vida que se nos regala, o el destierro en el que nos formamos, cualquier cosa es temporal y por eso lo único que debería preocuparnos es ganar la eternidad prometida del Reino, o lo que es lo mismo: la Salvación. ¿Y cómo llegar hasta esa meta hacia la que corremos, al premio al que nos llama Dios desde arriba en Cristo Jesús (Cf. Flp 3,12)? Pues poniendo en práctica el principal mandamiento, que no es otro sino amarLe sobre todas las cosas y con todo nuestro corazón, alma y mente (Cf. Mt 22, 37) como se ve que deseaba hacer San Ignacio de Antioquía en ese momento en el que sabe que su muerte ya está cerca.
Seguramente resultaría bueno que ejercitásemos nuestras virtudes, tanto humanas como teologales, y nos entregásemos plenamente a la Evangelización porque, quizá, ese sea el mejor trabajo que podamos llevar a cabo en esta vida. ¿Y dónde hacerlo? Allá donde nos toque estar. Lo importante es desear ese cambio y responder a la llamada de conversión que se nos hace recordando que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13)".
¿No te parece a ti también que las palabras escogidas son una clara invitación a buscar y/o fortalecer la amistad con Cristo y nuestra relación filial con el dueño de esa Viña de la que hablábamos por aquí (https://parroquiasanpascualaranjuez.blogspot.com/2020/09/de-vuelta-al-trabajo.html)?
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