En medio de tantas circustancias especiales como estamos viviendo nos parece todo un regalo poder venir a despedir el mes de mayo, en este día en el que coinciden la importante solemnidad de Pentecostés con la visitación de la Virgen María. Y, precisamente, de la mano de aquella que es la Puerta del Cielo y la Causa de nuestra Alegría, venimos a hablarte de este último tema.
La alegría es una emoción natural que podemos sentir en la vida
cotidiana, en lo sencillo del día a día. Ahora, que estamos en medio de una pandemia mundial, ante la incertidumbre de una
situación de desescalada que no sabemos cómo terminará, y que viene después de que hayamos vivido un duro confinamiento que nos ha tenido 2 meses encerrados en casa y apartados incluso de los sacramentos, seguro que más de uno ha podido encontrarla en cosas tan sutiles como la mirada de un
ser querido, en la tranquilidad de nuestro hogar, en el tiempo dedicado a
actividades diferentes... y el cristiano además es posible que la haya sentido en esos ratos de encuentro personal con Dios, cuando se ha parado a descansar en Él y a poner en sus manos las preocupaciones que pudiera tener.
El papa Francisco, inspirado en el pasaje del joven rico (Mc 10, 17-27), explicaba en una de sus homilías del mes de mayo de 2018,
que la alegría del cristiano no se puede comprar sino que es un don del
Espíritu Santo. La
definía como la respiración del cristiano y nos decía que para conseguirla no podemos olvidar ni perder la esperanza en lo que nos espera: la salvación y la vida eterna
si no nos hacemos esclavos de las cosas del mundo.
Señalaba el pontífice que la alegría no es vivir de carcajada en carcajada sino la paz del corazón que solamente
Dios nos puede dar y que es custodiada por la fe. Y nos invitaba a mirar
dentro de nosotros y preguntarnos: «¿Cómo es mi corazón? ¿Es pacífico, es gozoso, está en consolación?».
Para vivir la alegría con plenitud es
importante que exista equilibrio con otras emociones como la tristeza,
el enfado o el miedo. Es natural y sano sentir también estas emociones,
experimentarlas y gestionarlas con tranquilidad para que podamos dar
sentido a las experiencias que vivimos desde una perspectiva realista,
sin dejarnos llevar por la euforia ni por el pesimismo.
El amor hacia uno mismo y hacia los demás nos acerca a esa alegría y nos
ayuda a vivirla desde la prudencia y la paz de querernos tal y como
somos, porque así también nos quiere nuestro creador.
Fiémonos de nuestro Padre Celesital, acudamos a su
Palabra para descubrir en ella cómo debemos permanecer en este mundo, tengamos a
Cristo, a María y los santos como referentes y, sobre todo, pidamos al Espíritu
Santo que ilumine nuestras oscuridades, nos acompañe en las dificultades, nos consuele en las horas bajas, nos aleje del pecado, nos llene con sus dones
y nos ayude, cuando llegue el día, a salvarnos. Hasta entonces...
¡Vivamos, con la mirada puesta en Dios, buscando la paz interior y la alegría!