domingo, 27 de diciembre de 2020

La maternidad de la Iglesia, la fecundidad espiritual, también es tu responsabilidad.

Se escapa un nuevo mes y hoy, que muchos tenemos la mirada puesta Belén, queremos hablarte de un tema que seguro que no deja indiferente a nadie: la maternidad.

La experiencia de la maternidad es algo que nos afecta a todos, independientemente de nuestro género. Un gran número de personas seguramente nunca seamos "madres biológicas", bien por el simple hecho de ser varones, de ser estériles o de haber rechazado, por voluntad propia, a ello. Pero hay una maternidad que no debería dejarnos indiferentes y sobre la que sería bueno que nos parásemos a reflexionar: la maternidad de la Iglesia, la fecundidad espiritual, que también es tu responsabilidad.

Los cristianos, sin excepción, deberíamos sentirnos llamados a vivir en comunión con Cristo que es cabeza del cuerpo místico de la Iglesia y a comunicar a los demás ese amor materno que emana de ella. 

Quizá, como le ocurrió a la Virgen en el momento de la Anunciación del ángel Gabriel (Lc 1,26-38), no podamos entender esto pero, con María como ejemplo, ¿quién no puede responder un «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» y hacer de su vida un camino de amor y entrega al prójimo? Tengamos siempre la mirada puesta en Ella e imitémosla.  

Dios, muchas veces, podrá sorprendernos igual que hizo con María. ¿Cuántas cosas nos proponemos y al final es nuestro Señor el que dispone siempre? Son infinitas las ocasiones que buscamos una respuesta a las situaciones que la vida nos plantea sin que las entendamos y al final la mayoría de las veces somos incapaces de responder a esa pregunta que tanto nos atormenta. Buscamos una y otra vez encontrar un camino que nos lleve a la Verdad, pero quizás solo el tiempo es capaz de responderlo. 

Analizando la historia y viendo cómo el ángel anunció a María los planes que Dios tenía para su vida, no podemos evitar pensar en la mezcla de emociones que pudo sentir la Virgen, una mujer pura e inocente. ¿Sentiría miedo a lo desconocido más aún porque era inexplicable a la razón humana? Ojalá todos pudiésemos tener la dicha de que lleguara un "Ángel" a nuestras vidas y nos dijera todo lo que nos va a deparar el futuro, pero aquí está la grandeza de nuestra Fe: creer que todo tiene un propósito, que el camino que nos tiene preparado el Señor es el sendero de una cita a ciegas con el verdadero Amor, un amor incondicional y pleno en el que no hay sentimiento más puro y tierno que dejarte abrazar el corazón con el amor de Dios. Pero como humanos que somos nos cuesta dejarnos guiar, nuestra naturaleza nos ha permitido tomar nuestras propias decisiones y como dice el refrán... "Todos los caminos nos conducen a Roma". Y eso mismo pasa con los planes del Señor para nuestra vida. Tarde o temprano sus propósitos se cumplen y dependerá del camino que tomemos que tardemos más o menos en llegar. Lo importante es seguir avanzando para que en ese instante en el que alcancemos la meta podamos voltearnos a mirar hacia atrás y darnos cuenta de que todo tiene sentido, que Enmanuel, Dios con nosotros, no se olvida de nadie. 

A veces creemos que nos encontramos solos pero Dios envió a su único hijo, que fue Él mismo hecho hombre, para que pudiésemos comprender que lo humano y lo Divino van agarrados de la mano. Por eso no debemos dejar que se apodere de nosotros el vacío porque para llenarlo tenemos a Jesus, quien, para librarnos del pecado y darnos la oportunidad de poder conocerlo y sentir su Amor, se entregó por nosotros. 

Nada de esto habría sido posible sin la aceptación humilde de esa joven María, desposada con José. Meditemos sobre lo que supuso su Fiat, que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, y fijémonos en su fidelidad a Dios y en ese sentimiento de amor inigualable que, desde la concepción del Hijo por la fuerza del Espíritu Santo, fue creciendo en Ella continuamente. 

Quién ve a un hijo sufrir sabe entender lo que significa que una espada te atraviese el corazón. Dios escogió a María porque sabía que solo Ella era capaz de soportar ese dolor tan grande de ver a Jesucristo, fruto bendito de su vientre, morir en la Cruz. ¿Cómo no entregarnos nosotros entonces por aquellos que nos necesitan? ¿Cómo no tender la mano al que tenemos cerca? Seamos valientes, respondamos a la llamada de nuestro Padre Celestial y escuchémosla hoy con sonido de llanto desconsolado del Niño Dios desde su pesebre, que también nos tiende sus brazos a nosotros para que, con los mismos sentimientos que su Madre (que también lo es nuestra), lo acojamos en el corazón cada día y nunca dejemos de festejar en la tierra el anuncio de una nueva Navidad. ¡Dios también quiere elegirte a ti, dile que sí y colabora con Él en su historia de Salvación! Reconoce la relación esponsal que guardas con Cristo y con su Iglesia y anímate a descubrir toda la fecundidad que llevas en tu interior. 

¡Tú también puedes dar a luz la Vida Eterna para muchos hijos que te esperan! ¡Anímate a probar!

jueves, 17 de diciembre de 2020

Orando con la Sagrada Escritura. Mt 4, 1-11

De la misma manera que en el Santo Rosario vamos desgranando Avemarías con cada misterio, también nos gusta, mes a mes, ir ofreciendo al Señor buenos ratos de reflexión e ir dejando luego a tu disposición, por aquí, las reflexiones que nos suscitan los distintos textos que elegimos para meditar.

En esta ocasión hemos querido acercarnos al Evangelio según San Mateo, concretamente al pasaje de la tentaciones de Jesús, en el capítulo cuarto, que dice así (texto extraído de la Biblia a la que se puede acceder desde la web de la Conferencia Episcopal Española):

"Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían."
¿Qué nos dice su lectura?

Que no todo desierto tiene que ser visto como un lugar árido e inhóspito, sino también como una oportunidad para nuestro propio conocimiento y renovación espiritual.

El desierto es aquel lugar donde no existen distracciones, ni reclamos visuales ni auditivos, en el que logramos un mayor conocimiento de nuestro interior, con el fin de descubrir cuáles son nuestras necesidades y como saciarlas. Y en medio de ese terreno tan hostil seguramente la tarea no será fácil pero nunca te rindas y, pase lo que pase, no dejes de luchar por dar respuesta al plan que crees que Dios tiene pensado para ti. Pueden ser muy iluminadoras para los tiempos de tentación y batalla espiritual estas palabras: "Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos (Dt 8, 2)".

Se hace imprescindible la soledad, el vacío de uno mismo, para poder reflexionar sobre nuestra relación con Dios, tener un encuentro con ÉL y recibir su palabra. Déjate seducir, que te hablará con ternura (Cf. Os 2,14). Aprovecha, o aprovechemos porque también a nosotros nos hace falta, estos períodos vivenciales sin quedarnos únicamente con la dura prueba a la que estamos sometidos o la angustia y tristeza que pueda provocarnos. Ante la dificultad debemos prepararnos para la conquista de nuevas fuentes para gloria de Dios y en el camino de santidad que deberías recorrer no olvides las palabras del apóstol Santiago "Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas (Santiago1,2)".

Jesús en su naturaleza humana nos enseña que ante las tentaciones, con la armadura de Dios (Cf. Ef 6,11), se puede salir airoso y vencer al mal por muy atractivo que nos lo presente el demonio. ¿Y dónde encontrar y cómo ponernos esa armadura? Pues con los sacramentos, especialmente la Eucaristía que sacia nuestro hambre y sed de Él con el pan de vida y bebida de salvación. Ya aseguró Jesús a sus discípulos (y los bautizados también lo somos), que, si no comían la carne del Hijo del hombre ni bebían su sangre, no tendrían realmente vida (Cf. Jn 6,53). Ahora bien, ten siempre presente que vivir implica sufrimiento y desierto. La plenitud es la meta a alcanzar y, por eso, este texto nos parece una invitación a dejar de lado la búsqueda de la satisfacción en las cosas materiales, el afán de poseer y de acumular riquezas que nos llenan momentáneamente pero que una vez poseídas, volvemos a sentir un hondo vacío. 

Y al hilo de todo esto nos surge una pregunta... ¿Tú cómo alimentas tu hambre espiritual?

Tenemos que vivir la actitud del desprendimiento, no ser esclavos de las cosas, situaciones y vivencias, lo único que necesitamos es tener a Dios en nuestro corazón. Al igual que debemos huir del afán de protagonismo, del aplauso, de la gloria tan extendida en nuestros días. No tiene que importarte el juicio de los demás, ni creas que eres lo que los otros piensan de ti, basta con que no dejes de tener presente que Dios te ama con tus debilidades, fracasos, torpezas y caídas... ¡y cuánto iluminan en ese sentido las palabras de San Pablo a los Corintios! 

"Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse. Pero gracias a él ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención— para que, como está escrito: «Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1, 27-31)".

Y por último, ya para ir finalizando porque no queremos extendernos demasiado, la Palabra escogida para hoy nos invita a pensar en a actitud que tenemos frente al poder. ¿Quieres ser de los que disponen de la vida de los demás? ¿Aspiras a ser el líder del grupo? Pues ponte en el último lugar porque seguir a Cristo es dar amor y servicio a los demás, no buscar nuestras intenciones particulares. El cristiano no debe perder nunca la referencia de Cristo, por tanto, pidamos que a través de las pruebas tomemos conciencia de lo que hay en nuestro corazón y crecer en santidad. Que busquemos el verdadero pan que descendió del cielo, busquemos a Jesús, pidamos ser llenos del Espíritu Santo, porque esa es la verdadera necesidad.

Nos vemos muy pronto pero mientras tanto déjanos, si te apetece, un comentario y cuéntanos... ¿cuál es para ti la peor tentación? Y aunque sabemos que el éxito depende de la gracia de Dios, ¿cómo colaboras para intentar no caer en ella?