viernes, 30 de octubre de 2020

Una clave para alcanzar el éxito de la santidad: la conversión

Ahora que ya se acerca la solemnidad de todos los santos quizá nos vendría bien recordar que la santidad es la meta que cada uno de nosotros, sin excepción, deberíamos ansiar alcanzar. Ya por esta entrada te animábamos a que ese fuera el objetivo de tu vida y te dejábamos algunas frases de la exhortación apostólica del Papa Francisco, "Gaudete et exsultate", que, nos acercaba a este tema. ¿De verdad que todavía vas a seguir esperando para ponerte en marcha? ¿Quieres intentarlo pero no sabes cómo empezar? Pues sigue leyendo, que vamos a hablarte hoy de lo que creemos que es una de las claves para conseguirla: la conversión


¿Qué es convertirse?

Pues según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es "hacer que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era" o "ganar a alguien para que profese una religión o la practique".

Los cristianos entendemos que con el sacramento del Bautismo experimentamos una primera conversión pero luego debemos esforzarnos toda la vida en la misión de buscar el Reino de Dios del que nos aleja el pecado (cf. CCE 1470). Por eso es bueno que nuestros padres decidan bautizarnos de pequeños pero es más necesario que al dar ese paso los padres estén verdaderamente convencidos y decididos a hacer de sus hogares una auténtica iglesia doméstica desde la que luego puedan incorporarse todos juntos a la vida cristiana activa, porque así es más fácil recorrer el camino. 

¿En qué debemos convertirnos o transformarnos los cristianos? 

Pues... en la medida de nuestras posibilidades y sin dejar de acudir a Dios para que nos ayude en la misión: en nuevos Cristos Vivos.

Y si no es tarea fácil hacer que un alejado o un no creyente se acerque a la Iglesia todavía será más complicado perseguir la mayor perfección posible de nuestra semejanza con Dios. Por ello es necesario que nos esforcemos en superponer esa imagen divina que todos llevamos dentro a la de las personas terrenas que somos.

¿Cómo convertirnos o transformarnos? 

Nos explica el Catecismo que la conversión "se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia". (CCE 1435)

O dicho de otro modo... preocúpate de desarrollar virtudes. Puedes empezar por: 

Y recuerda también que en tiempo de crisis ¡vuelve a Galilea!

Nosotros regresaremos por aquí, Dios mediante, el día 17 de noviembre. Esperamos que hasta entonces reflexiones sobre qué vas a elegir para empezar a perfeccionar tu conversión. También aludíamos a ella en el texto de San Ignacio de Antioquía, puedes releerlo o asomarte ahora a él si todavía no lo has hecho. Y si el tema no te ha gustado, o te ha parecido poco y te has quedado con ganas de más, te invitamos también a recordar aquella entrada que titulamos Holywins VS Halloween (muy propia para estos días).

¿Nos vemos antes, el sábado 31 de octubre de 2020, para acompañar al Santísimo y poner en sus manos aquello que necesitemos para alcanzar esa santidad de la que hablamos (que nos dará la Vida Eterna) y a todos los que nos han dejado?


 

sábado, 17 de octubre de 2020

Orando con San Ignacio de Antioquía: Carta a los Romanos, cap 4, VI.

Martirio de San Ignacio de Antioquía
Autor anónimo (Dominio Público) via Wikimedia Commons

Los padres de la Iglesia suelen despertar el interés de los que se animan a acercarse a ellos y con esa esperanza queremos proponerte hoy unas palabras de San Ignacio de Antioquía para meditar. Vivió en una época cercana a la de los apóstoles, fue el tercer obispo de la Iglesia de Antioquía (el segundo sucesor de Pedro en el gobierno) y el primero en llamar Católica a la Iglesia. En su viaje hacia Roma, donde moriría devorado por las fieras, escribió siete cartas en las que trata de Cristo, la constitución de la Iglesia y la vida cristiana. El fragmento elegido corresponde a la carta que dirigió a los Romanos para pedir a los miembros de esa Iglesia que no impidieran su muerte. Es la única que no fue dirigida a una comunidad asiática y que no advierte contra las herejías ni anima a mantener la unidad. 

VI. Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo [por amor a nosotros]. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.

 ¿Qué nos dice su lectura?

Viene a decir algo que también supo ver muy bien Santa Teresa de Jesús: que el hombre únicamente necesita a Dios. 

Todo lo que hagamos, y pueda darnos este mundo terreno, no sirve de nada si no tiene a nuestro Creador como fuente y tiende a Él como fin. En la vida que se nos regala, o el destierro en el que nos formamos, cualquier cosa es temporal y por eso lo único que debería preocuparnos es ganar la eternidad prometida del Reino, o lo que es lo mismo: la Salvación. ¿Y cómo llegar hasta esa meta hacia la que corremos, al premio al que nos llama Dios desde arriba en Cristo Jesús (Cf. Flp 3,12)? Pues poniendo en práctica el principal mandamiento, que no es otro sino amarLe sobre todas las cosas y con todo nuestro corazón, alma y mente (Cf. Mt 22, 37) como se ve que deseaba hacer San Ignacio de Antioquía en ese momento en el que sabe que su muerte ya está cerca.

Seguramente resultaría bueno que ejercitásemos nuestras virtudes, tanto humanas como teologales, y nos entregásemos plenamente a la Evangelización porque, quizá, ese sea el mejor trabajo que podamos llevar a cabo en esta vida. ¿Y dónde hacerlo? Allá donde nos toque estar. Lo importante es desear ese cambio y responder a la llamada de conversión que se nos hace recordando que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13)".

¿No te parece a ti también que las palabras escogidas son una clara invitación a buscar y/o fortalecer la amistad con Cristo y nuestra relación filial con el dueño de esa Viña de la que hablábamos por aquí (https://parroquiasanpascualaranjuez.blogspot.com/2020/09/de-vuelta-al-trabajo.html)?