domingo, 31 de mayo de 2020

La alegría del cristiano

En medio de tantas circustancias especiales como estamos viviendo nos parece todo un regalo poder venir a despedir el mes de mayo, en este día en el que coinciden la importante solemnidad de Pentecostés con la visitación de la Virgen María. Y, precisamente, de la mano de aquella que es la Puerta del Cielo y la Causa de nuestra Alegría, venimos a hablarte de este último tema.


La alegría es una emoción natural que podemos sentir en la vida cotidiana, en lo sencillo del día a día. Ahora, que estamos en medio de una pandemia mundial, ante la incertidumbre de una situación de desescalada que no sabemos cómo terminará, y que viene después de que hayamos vivido un duro confinamiento que nos ha tenido 2 meses encerrados en casa y apartados incluso de los sacramentos, seguro que más de uno ha podido encontrarla en cosas tan sutiles como la mirada de un ser querido, en la tranquilidad de nuestro hogar, en el tiempo dedicado a actividades diferentes... y el cristiano además es posible que la haya sentido en esos ratos de encuentro personal con Dios, cuando se ha parado a descansar en Él y a poner en sus manos las preocupaciones que pudiera tener.

El papa Francisco, inspirado en el pasaje del joven rico (Mc 10, 17-27), explicaba en una de sus homilías del mes de mayo de 2018, que la alegría del cristiano no se puede comprar sino que es un don del Espíritu Santo. La definía como la respiración del cristiano y nos decía que para conseguirla no podemos olvidar ni perder la esperanza en lo que nos espera: la salvación y la vida eterna si no nos hacemos esclavos de las cosas del mundo.

Señalaba el pontífice que la alegría no es vivir de carcajada en carcajada sino la paz del corazón que solamente Dios nos puede dar y que es custodiada por la fe. Y nos invitaba a mirar dentro de nosotros y preguntarnos: «¿Cómo es mi corazón? ¿Es pacífico, es gozoso, está en consolación?»

Para vivir la alegría con plenitud es importante que exista equilibrio con otras emociones como la tristeza, el enfado o el miedo. Es natural y sano sentir también estas emociones, experimentarlas y gestionarlas con tranquilidad para que podamos dar sentido a las experiencias que vivimos desde una perspectiva realista, sin dejarnos llevar por la euforia ni por el pesimismo.
 
El amor hacia uno mismo y hacia los demás nos acerca a esa alegría y nos ayuda a vivirla desde la prudencia y la paz de querernos tal y como somos, porque así también nos quiere nuestro creador. 

Fiémonos de nuestro Padre Celesital, acudamos a su Palabra para descubrir en ella cómo debemos permanecer en este mundo, tengamos a Cristo, a María y los santos como referentes y, sobre todo, pidamos al Espíritu Santo que ilumine nuestras oscuridades, nos acompañe en las dificultades, nos consuele en las horas bajas, nos aleje del pecado, nos llene con sus dones y nos ayude, cuando llegue el día, a salvarnos. Hasta entonces... 

¡Vivamos, con la mirada puesta en Dios, buscando la paz interior y la alegría!


domingo, 17 de mayo de 2020

Orando con la Sagrada Escritura. 1 Cor 1, 26-31

Hoy es un día especial para esta parroquia y eso se nota. Es una realidad que no vamos a poder celebrar la fiesta de San Pascual como nos hubiera gustado, con una misa pública y haciendo comunidad, pero damos muchas gracias porque el Señor, que es bueno, nos quiere regalar una oportunidad más de estar unidos por este espacio mientras nos sentamos un ratito a leer y degustar un nuevo texto para meditar.

En esta ocasión, al igual que ya hicimos en marzo y en abril, regresamos con un nuevo texto de la Sagrada Escritura, concretamente el que corresponde a la lectura de la memoria de nuestro santo titular y a quien festejan en la O.F.M. Dice así el apóstol San Pablo en su primera carta a los Corintios:
"Y si no, fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así —como está escrito—: el que se gloríe, que se gloríe en el Señor" (1 Cor 1, 26-31)

¿Qué nos dice su lectura?
Que resulta de vital importancia que seamos conscientes de nuestra imperfección pero que, asumiéndola, no dudemos en ponernos al servicio de los demás con toda la humildad que podamos. ¿Cuántas veces no nos creemos más que otro y nos vemos acallados por quien más nos incomoda? ¿Y qué hay de aquellos a los que criticamos porque, considerándolos insignificantes han demostrado que eran capaces de hacer obras mejores que las nuestras? No tengamos nunca afán de superioridad sobre los demás porque nada somos si no es por Dios y, si en algún momento, te llama para algo no te gloríes por ello ya que nunca vamos a ser más que Él (Cf. Jn 15, 20). Lo dice María en su Magnificat (Lc 1, 51-52): "Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" y esto se hizo evidente en su elección, en la de los discípulos o en la llamada de tantos santos que han respondido, entre ellos San Pascual. Ningún creyente duda que Dios, en numerosas ocasiones, suele eligir a gente sin estudios ni reconocimiento para llevar a cabo grandes obras.

El cristiano no debe perder nunca la referencia de Cristo. En Él encuentra el camino, la verdad y la vida (Cf. Jn 14, 6). A Él debemos acudir, y no al mundo, cuando necesitemos alivio, cuando estemos cansados o agobiados (Cf. Mt 11, 28). Cuando nos sintamos morir, abramos nuevamente los ojos y busquemos a Jesús Resucitado, con la fuerza de su Espíritu, para seguir adelante. Aprovechemos cada oportunidad de encuentro que se nos dé y aprendamos a vivir en Paz, llenos de amor y derrochando caridad. ¿Cuántas veces, dejándonos llevar por el egoísmo y la soberbia, no vivimos en la disputa, en la discrepancia o en el querer imponernos? ¡Seamos sabios y no caigamos en esa tentación! Honremos y respetemos a quienes dirigen y gobiernan nuestras vidas y, por encima de todos ellos, a Dios para, únicamente, gloriarnos así en el Señor.

Es muy fácil quedarse perdido por los caminos del mundo, quizá por eso nos gustan tanto las cosas terrenas, pero no dejemos nunca de aspirar a experimentar la plena comunión con Cristo a través de la atención al prójimo y nuestra entrega a la Iglesia. Descubramos que es dentro de dicha institución donde Él se nos da en la Eucaristía. Ojalá podamos acogerlo con la mima ilusión y alegría que san Pascual porque tenemos la dicha de saber que morimos con Jesús en la Cruz y ahora tenemos el regalo de poder recibirlo sacramentado. Que nuestros actos no nos ensucien el corazón mientras esperamos su regreso y poder contemplar, ese día, el rostro de Dios.