Tal vez en alguna ocasión hayas pensado que la vida no es un camino de rosas y
que a veces, el día a día, se hace demasiado cuesta arriba. De hecho es
posible también que, en algún momento, hayas llegado a dudar de Dios y
su gran bondad. ¡Y no es verdad!
Puede que no sea fácil sortear los desiertos y que, parafraseando un poco el salmo del Buen Pastor, no siempre avances por verdes praderas que conducen a fuentes tranquilas y te ayudan a reparar las fuerzas. Lo importante es que, en esos momentos de desazón, no pierdas la esperanza. Si no hace mucho te invitábamos a poner la mirada en María cuando te sobrepasaran los problemas... hoy te traemos otra recomendación: ¡afróntalos confiando en Dios! Únicamente así podrás superarlos o emprender un proceso de aceptación.
Dice el Señor:
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga" (Lc 9, 23).
¿Y cómo puedes hacerlo? Pues levantando la vista, mirando a tu alrededor y no perdiendo nunca el deseo de hacer el
bien, ni siquiera cuando te sientas angustiado y parezca que el cielo se
te va a venir encima.
Todos pasamos penalidades y es duro cuando se siente que hasta Dios guarda silencio y no responde a nuestras peticiones, cuando no entendemos lo que sucede, cuando faltan las fuerzas para seguir adelante y cuando, hundidos en nuestras miserias, ni las palabras de una mano amiga pueden alentarnos. Da miedo perder la estabilidad y salir de nuestra zona de confort por eso, ante las dificultades, no podemos evitar preguntarnos muchas veces ¿por
qué a mí? Cuestionarse esto no es malo pero sí lo es agobiarse. ¡Pon todos los sentimientos negativos en las manos del Señor, que es el remedio más eficaz para hacer el yugo más liviano y la adversidad más llevadera! Él nos da
la esperanza, la paz y el regalo de la vida. Y aunque a veces pensemos
que vagamos por un páramo estéril y que estamos solos no es así. También Cristo tuvo dificultades y tentaciones, por ello te entiende y te acompaña. ¡Síguelo! ¡Él es el Camino!
Te proponemos tres rutas para buscarlo que podrás explorar durante las próximas semanas. Y, por supuesto, te invitamos a que, después, nos cuentes si te han hecho sentir con mayor tranquilidad y más feliz:
- Ayuno. Más allá del ayuno que se debe guardar el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo (desde los 18 años cumplidos hasta los 60 empezados) y de la abstinencia que se exige a un Católico, de 14 años de edad y hasta su muerte, de no comer carne los Viernes en honor a la Pasión de Jesús el Viernes Santo, existen otras formas de privación, penitencia o sacrificio. En la sociedad actual, en la que el consumismo ha alcanzado limites insospechados y en la que se vive demasiado centrado en uno mismo (basta ver el anuncio que te invita al movimiento del #yoismo) sería bueno que te animases a tomar las riendas de tu vida y a decir no a algún capricho.
- Limosna. Piensa que de los recortes que has aplicado en el ayuno puedes sacar mucho beneficio. Si has reducido tiempo de ocio invierte esos minutos en acompañar a alguien que te necesite. Si te has privado de hacer alguna compra anímate a colaborar con los más necesitados. Dar al prójimo es dar a Dios.
- Oración. Nunca podrás descubrir al Señor si no te encuentras con Él así que... si te has privado de unas cosas y has compartido otras... lánzate a la piscina y aprovecha para establecer una primera toma de contacto. ¡Pídele que te ayude a comprender su Pasión para que tú también puedas llevar mejor la tuya!
¡Convirtámonos para vivir el mandamiento de Jesús:
amaos los unos a los otros como yo os he amado!