Se nos escapa abril de las manos y esperamos que en estas semanas te hayas podido encontrar con Cristo resucitado mientras nos preparamos para recibir el mes de mayo. Pero si, por lo que sea, todavía no ha sido así... ¡no dejes de leer!
Una de las invitaciones
principales que hace Jesús a sus discípulos el día de su resurrección es que
vayan a Galilea. En el Evangelio de Mateo (Mt 28, 10), Jesús dice a las mujeres
que acudieron temprano al sepulcro: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». En Marcos (Mc 16, 7) dice el ángel
a las mujeres: «él va delante de vosotros en Galilea. Allí lo veréis, como
os dijo» y en Lucas (Lc 24, 6), dicen los ángeles a las mujeres: «recordad
cómo os habló estando todavía en Galilea…».
Y ante tanta insistencia puede que te estés preguntando...
¿Por qué Galilea es tan
importante y qué significado tiene para Jesús y sus discípulos?
Galilea es el lugar donde Jesús
inició su ministerio público. Es allí, junto al mar de Galilea, también llamado
lago de Tiberíades, donde llamó a sus primeros discípulos (Mt 4, 18-22; Mc 2,
13-17; Lc 5, 1-11). En definitiva, fue ahí donde estos tuvieron su
primera experiencia de encuentro vital con Jesús y de allí su decisión de dejar
todo para seguirlo, de optar por el nuevo Reino que estaba amaneciendo. Galilea es
el lugar donde inició todo para ellos.
Cada uno tenemos nuestros
“galileas” particulares, los “galileas” de nuestras vidas: el galilea de tu matrimonio o consagración, el
galilea del trabajo, el de tu compromiso social, de tus amistades...¡el
galilea de tu fe! Galilea conlleva la vivencia que fue origen de tu
opción de vida y es sobre todo la experiencia
fundante de la fe, es decir eso que te hizo creer u optar
por creer en Dios. Puede ser una experiencia activa como en una catequesis, una
misa, o el desenlace de una situación existencial que ha habido en algún
momento de la vida; también puede ser una experiencia pasiva, pero no menos
importante, como el hecho de pertenecer desde niño ya a una tradición cristiana
que desde tempana edad nos nutre y enriquece la vida.
Y es habitual que ocurra una cosa, que el encanto del inicio pueda llegar a desvanecerse con las dificultades que nos
pone la misma vida, y de hecho, hay muchos acontecimientos que nos vienen a
decir que esta ilusión del principio era una utopía, una mentira, y que estaba hecho para fracasar porque parece que nada tuviera sentido. Y eso fue lo que ocurrió con la pasión y la muerte de
Jesús, que vino a romper con el entusiamo y la alegría de los discípulos, tal como se aprecia en la expresión de los dos que caminaban hacia Emaús: «lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes
para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él
iba a liberar a Israel, pero ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió»
(Lc24, 20-21).
La primera actitud que conviene
adoptar en estas situaciones consiste en identificar, así como los discípulos de
Emaús, Cuándo, cómo y dónde perdí la ilusión. ¿Qué es lo que me hizo
pensar o ver que ya no era posible seguir adelante, seguir luchando? ¿Cuándo
dejé de creer y tiré la toalla?
El evangelio de san Juan ( Jn 21,
1-14) nos viene a mostrar qué pasó en Galilea después de que hubieran vuelto los
discípulos allí, como les pidió Jesús. ¿Qué ocurrió? Pues que tuvo lugar otra pesca milagrosa, como cuando tuvieron su primer encuentro.
Estando juntos «Simón Pedro les
dice: me voy a pescar. Ellos contestan: vamos también
nosotros contigo». Y, como aquella vez, no cogieron nada en toda la
noche, Jesús se acercó y les pidió pescado pero no tenían. Él dijo que echaran las redes y volvieron a obedecer y, al igual que en la anterior ocasión, cogieron
tantos peces que no podían sacar la red. Y fue entontes cuando reconocieron
a Jesús que les estaba haciendo revivir y renovaba en ellos esta experiencia
del inicio. Es su experiencia de resurrección, la resurrección de la
ilusión perdida, el resurgimiento de la alegría y la pasión por recoger la toalla
que se había tirado y de volver a emprender el camino.
El proyecto de una vida cristiana
no está fundada en la persona del cristiano, ni siquiera en un voluntarismo moralista, sino
en la Verdad que es Cristo mismo. Por eso no puede ser una utopía o mentira la
ilusión que nace de una experiencia fundante de un proyecto de vida cristiana.
Recordemos lo que dice Jesús en Mt 7, 24-25: «el que escucha estas
palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que
edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron
los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba
cimentada sobre roca».
De aquí la segunda actitud: volver
a Galilea. Cada vez que entres en crisis con un proyecto de vida, que ya no
sepas si seguir o no, cuando todos los vientos te sean contrarios, cuando dudes sobre qué actitud adoptar... ¡vuelve a la experiencia que dio inicio a este
proyecto! Si estaba fundada solamente en tus deseos o intereses
humanos, puede que haya habido una equivocación desde el principio; pero si está
fundada en Dios, en esta experiencia de encuentro, de confianza y de abandono a
Él, éstate tranquilo que Dios, el mismo que inició contigo este proyecto, te
devolverá la ilusión y la capacidad para llevarlo adelante. Solo confía y deja que te
haga revivir.
Esta es la experiencia de nuestra Madre, la Virgen María, en quien siempre tenemos la mirada puesta, que no dejó de creer en la promesa de Dios, que su hijo
iba a ser el salvador del mundo como lo había anunciado el ángel, aun cuando ya
estaba muerto y sepultado, es decir cuando “humanamente” ya no se podía
esperar nada de este proyecto.
Tu vida no es un fracaso, tu
fe no es una utopía; Vuelve a Galilea, allí encontrarás al resucitado
que te devolverá la ilusión de la primera vez. Y aunque creas que para ti no
hubo primera vez...
¡Nunca es tarde para empezar!
¡Echa a andar!