El tiempo de Pascua debería ser un tiempo de alegría para todos los cristianos; pero es verdad que, a veces, las cruces que arrastramos (por aquí te retábamos a cargar con ellas) pueden hacernos sentir cansados y agobiados hasta el punto de perder de vista el verdadero motivo de felicidad en el que hemos de sustentar nuestra Vida: Jesús, con su Cruz, quiso enseñarnos que estamos salvados.
Y la verdad es que no deberíamos olvidar nunca que Cristo vino a este mundo para eso y no para juzgarnos (Cf. Jn 12, 47). ¿Significa entonces que puedes hacer lo que te dé la gana porque en su eterna misericordia te lo va a perdonar? NO. Se traduce más bien en que si escuchas la voz del Buen Pastor e intentas cumplir su voluntad (con más o menos aciertos pero batallando como todos) no tienes motivos para vivir angustiado.
Las mujeres que se dirigían hacia el sepulcro también llevaban sus preocupaciones pero no se detuvieron ante las dificultades y vieron cómo al llegar sus problemas se habían resuelto. Y esto debe animarnos y recordarnos que la mano salvadora se hace presente, que el Señor buscará los medios para que todos podamos dar respuesta a su plan. Por ello debemos vivir con confianza y con esperanza, sabiendo que en los momentos de desolación la Virgen siempre te lleva de la mano y que en la parroquia más cercana siempre encontrarás una comunidad en la que seguro alguien estará dispuesto a prestarte su ayuda para levantarte. Quizá tampoco falta quien, con la crítica y la murmuración que tantas barreras levanta entre nosotros y pone en evidencia nuestra falta de amor, se encargue de darte el puntapié con el que intentar rematarte pero... ¡cree en Dios! Y pídele que te llene de su Espíritu porque Él es la Luz que ilumina tu sendero y, pase lo que pase, quédate en la Iglesia, que es el redil en el que todos nos encontramos con la certeza de saber que estando en ella está Dios y la dirección es la correcta.
¡No temas! ¡No te cierres! Mira las heridas de Cristo que te han salvado, encuéntrate con Él en la debilidad y anímate a salir a la calle a transmitir el Evangelio.
¡Qué bueno sería que en nuestro caminar cotidiano nos moviera siempre el intento de reflejar a Cristo Resucitado en cada una de nuestras acciones! ¿Tú vida ilumina la de aquellos que tienes cerca o eres de esas personas que se dedican a enjuiciar y menospreciar a los demás con facilidad? ¿Te dedicas a pulir tus virtudes o prefieres censurar (e incluso inventar) los defectos de tu prójimo? ¡Piénsalo hasta la siguiente entrada y, si quieres, cuéntanos!
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