Se escapa un nuevo mes y hoy, que muchos tenemos la mirada puesta Belén, queremos hablarte de un tema que seguro que no deja indiferente a nadie: la maternidad.
La experiencia de la maternidad es algo que nos afecta a todos, independientemente de nuestro género. Un gran número de personas seguramente nunca seamos "madres biológicas", bien por el simple hecho de ser varones, de ser estériles o de haber rechazado, por voluntad propia, a ello. Pero hay una maternidad que no debería dejarnos indiferentes y sobre la que sería bueno que nos parásemos a reflexionar: la maternidad de la Iglesia, la fecundidad espiritual, que también es tu responsabilidad.
Los cristianos, sin excepción, deberíamos sentirnos llamados a vivir en comunión con Cristo que es cabeza del cuerpo místico de la Iglesia y a comunicar a los demás ese amor materno que emana de ella.
Quizá, como le ocurrió a la Virgen en el momento de la Anunciación del ángel Gabriel (Lc 1,26-38), no podamos entender esto pero, con María como ejemplo, ¿quién no puede responder un «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» y hacer de su vida un camino de amor y entrega al prójimo? Tengamos siempre la mirada puesta en Ella e imitémosla.
Dios, muchas veces, podrá sorprendernos igual que hizo con María. ¿Cuántas cosas nos proponemos y al final es nuestro Señor el que dispone siempre? Son infinitas las ocasiones que buscamos una respuesta a las situaciones que la vida nos plantea sin que las entendamos y al final la mayoría de las veces somos incapaces de responder a esa pregunta que tanto nos atormenta. Buscamos una y otra vez encontrar un camino que nos lleve a la Verdad, pero quizás solo el tiempo es capaz de responderlo.
Analizando la historia y viendo cómo el ángel anunció a María los planes que Dios tenía para su vida, no podemos evitar pensar en la mezcla de emociones que pudo sentir la Virgen, una mujer pura e inocente. ¿Sentiría miedo a lo desconocido más aún porque era inexplicable a la razón humana? Ojalá todos pudiésemos tener la dicha de que lleguara un "Ángel" a nuestras vidas y nos dijera todo lo que nos va a deparar el futuro, pero aquí está la grandeza de nuestra Fe: creer que todo tiene un propósito, que el camino que nos tiene preparado el Señor es el sendero de una cita a ciegas con el verdadero Amor, un amor incondicional y pleno en el que no hay sentimiento más puro y tierno que dejarte abrazar el corazón con el amor de Dios. Pero como humanos que somos nos cuesta dejarnos guiar, nuestra naturaleza nos ha permitido tomar nuestras propias decisiones y como dice el refrán... "Todos los caminos nos conducen a Roma". Y eso mismo pasa con los planes del Señor para nuestra vida. Tarde o temprano sus propósitos se cumplen y dependerá del camino que tomemos que tardemos más o menos en llegar. Lo importante es seguir avanzando para que en ese instante en el que alcancemos la meta podamos voltearnos a mirar hacia atrás y darnos cuenta de que todo tiene sentido, que Enmanuel, Dios con nosotros, no se olvida de nadie.
A veces creemos que nos encontramos solos pero Dios envió a su único hijo, que fue Él mismo hecho hombre, para que pudiésemos comprender que lo humano y lo Divino van agarrados de la mano. Por eso no debemos dejar que se apodere de nosotros el vacío porque para llenarlo tenemos a Jesus, quien, para librarnos del pecado y darnos la oportunidad de poder conocerlo y sentir su Amor, se entregó por nosotros.
Nada de esto habría sido posible sin la aceptación humilde de esa joven María, desposada con José. Meditemos sobre lo que supuso su Fiat, que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, y fijémonos en su fidelidad a Dios y en ese sentimiento de amor inigualable que, desde la concepción del Hijo por la fuerza del Espíritu Santo, fue creciendo en Ella continuamente.
Quién ve a un hijo sufrir sabe entender lo que significa que una espada te atraviese el corazón. Dios escogió a María porque sabía que solo Ella era capaz de soportar ese dolor tan grande de ver a Jesucristo, fruto bendito de su vientre, morir en la Cruz. ¿Cómo no entregarnos nosotros entonces por aquellos que nos necesitan? ¿Cómo no tender la mano al que tenemos cerca? Seamos valientes, respondamos a la llamada de nuestro Padre Celestial y escuchémosla hoy con sonido de llanto desconsolado del Niño Dios desde su pesebre, que también nos tiende sus brazos a nosotros para que, con los mismos sentimientos que su Madre (que también lo es nuestra), lo acojamos en el corazón cada día y nunca dejemos de festejar en la tierra el anuncio de una nueva Navidad. ¡Dios también quiere elegirte a ti, dile que sí y colabora con Él en su historia de Salvación! Reconoce la relación esponsal que guardas con Cristo y con su Iglesia y anímate a descubrir toda la fecundidad que llevas en tu interior.
¡Tú también puedes dar a luz la Vida Eterna para muchos hijos que te esperan! ¡Anímate a probar!